Las crónicas de este libro desmienten leyendas, ponen en duda certezas judiciales, exhiben el grado de perversión del aparato de seguridad gubernamental y confirman que del terrorismo de Estado nadie sale indemne, ni las víctimas ―desde ya― ni sus victimarios. Pero demuestran, también, que la onda expansiva de guerras y dictaduras se extiende indefinidamente en la posguerra.
Las historias que se cuentan son reales y hablan de un campeón alemán de ciclismo que repartió en la Argentina buena parte del botín de guerra nazi y murió en la soledad y la miseria; del delator del fracaso más sangriento del Ejército Revolucionario del Pueblo y de su colaborador hijastro; del gatillero del conurbano que sueña que mata a los suyos y confiesa treinta asesinatos para probar su inocencia en uno: el de Cabezas; y la del jubilado solidario que ponía la capucha y tomaba lista en el centro clandestino, y que termina denunciado por su hija sometida y abusada como una prisionera más.
Daniel Otero, el autor de estas aterradoras crónicas, decidió darle protagonismo a los malos de la historia. Los malos anónimos, esos con horarios, aguinaldos, vecinos y familias. Esos que viajan con la peste allí por donde van. Pero que, al ser narrados, iluminan la dignidad de las víctimas. Para reivindicarla y tenerla siempre como ejemplo.