Los poemas de Hernán Brienza anudan sucesos familiares y sociales en una ristra infinita, donde todo lo vivido es revivido por los azares de la
memoria. Solo se trata de mirar hacia adentro y encender antorchas hasta encontrarse con las cosas amadas. El truco de la poesía es no tener trucos,
mostrarse tal cual uno es, sin especular ni buscar un resultado. En la poesía no hay finales. Toda buena poesía se entrega a los caprichos del
misterio. ¿Cómo fue que de pronto una hoja en blanco se empezó a llenar de palabras? Brienza se deja llevar por impulsos vitales porque nada le es
ajeno: el obrar humano es su materia. El amor, la música, los amigos, el gato de Apollinaire, la Argentina como destino colectivo. Sumar y seguir,
en una expansión sentimental sin frenos, porque cuando el caballo de la poesía se desboca, resplandecen verdades en el cielo y estalla el aluvión.
En La terrible sonrisa del vencido hay una promesa, un desafío y una empecinada voluntad de creer, a pesar de todo. “Soy lo que combate en mis entrañas”, dice Brienza, convincente. La vida continúa. Continuará. Por los hijos de los hijos de los hijos. Amén.